Tuesday, October 03, 2006

Packo

Ochocientos ocho… ocupado. Ochocientos ocho… es como marcar un número en un teléfono de disco: lento, paulatino, sin prisas, mirando como en la mente empiezan a girar los recuerdos, en espiral, en un túnel que da vértigo por el silencio de los años. Ochocientos ocho y en la mente el sonido de una llamada que empuja el timbrar de un teléfono lejano, un silbido que parece repetirse en el latir acelerado del corazón, dos latidos y un timbrazo; una discusión a los 18 años con el primer amor de tu vida es capaz de ensordecerte, tanto como ese teléfono que suena y nadie atiende.

Ochocientos ocho, un sonido monótono, suena y el silencio te trae de nuevo al hoy: afuera llueve, la tierra mojada tiene aroma a nostalgia, a despedida; así olía cuando a los 11 años vi llegar la carroza fúnebre con el féretro de mi tío Emilio. Era gris, con las ventanillas polarizadas y el paso lento de un adiós que niega la resignación.

Siento el frío que se mete debajo de mi camisa y se pega en mi pecho. No puedo evitar pensar en las tardes que César y yo subíamos a la cabaña del Ajusco. Su cercanía me helaba las palabras y sólo esperaba sus brazos, sentado frente a la chimenea. La leña ardiendo huele a deseo, culpa y sudor. Atrás quedó el sabor del garambullo, sabor que no se olvida y que solo probé en mi niñez, cuando la inocencia estaba pegada a mis labios.

No había música, no sonaba aún “Please don’t go” en su versión remix, con su sonido a sudor en las manos cuando estaba por entrar a mi primer antro y no sabía con que me encontraría; no sonaba Luis Eduardo Aute con su voz sacudiendo nuestras ilusiones universitarias, nuestro ánimo revolucionario, ligado a su voz está el recuerdo de Claudia, la única mujer que he amado en mi vida.

“Revolución de escritorio” le llamábamos en la Universidad y salíamos al centro de Coyoacán a buscar un rezago de una izquierda en crisis. El café del Parnaso tiene el sabor a diálogos que se ahogaron en un sorbo, a discusiones que nos hicieron creer que eramos más que una generación X. El sonido de la fuente de Coyoacán me recuerda a Héctor y Gloria, con su eterno amor jurado desde la preparatoria, los recuerdo como si fuesen dos fantasmas que se aferran a la fuente de los coyotes, resistiéndose a morir en mi memoria.

Ochocientos ocho… sigue sonando, seguirá sonando una llamada que nunca tuvo respuesta… que sólo quedo en mi memoria.


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