Tuesday, October 03, 2006

8 0 8 the number of my soul by PA O LO V E

Gira Mágica y Misteriosa con Hey Jude, girar hasta intoxicarme con la inestabilidad en mi casa de los suburbios, luego mi soliloquio con las sombras, y los Magazines Argentinos que tenían cuatro caras...

Ls caramelos Sugus de frambuesa en la siesta del colegio en el que estaba semi-pupila, y los dibujitos de saliva en la clase de Inglés......

El aroma es el de los paraísos y los azahares florecidos en mi chalet de nacimiento, en la ciudad de Santa Fe, esto aún me hace llorar...

El aroma del Chanel 19 en la piel de mi madre...

El de los ojos de mi hija cuando nació...

El del Ozono antes de la lluvia...

Luego las burbujas en el barro...

Me gustaba la marca Adidas, tenía unas tennis de cuero con tiras rojas...

Los corderoys verde musgo Lee, cuanto los odié!!!


Mi juguete favorito era mi muñeca Lolo, la del ombligo musical con su disquito azul o rojo, traída de Europa a mis tres años...

O una jirafa de felpa que dormía a mi lado.


Odiaba la sensación de perder el aire a mis tres años, tuve que irme a las sierras, el broncoespasmo no me abandonaba, y entre tres debían sujetarme para inyectarme...

Las nebulizaciones tendían a embriagarme.

Sabores que amo: casi todos los de mi infancia, pero la fobia al arroz no la he abandonado...


808 o exactamente el Infinito, otra ocurrencia de Su Majestad Durante...

Te adoro, italoamericano!

Packo

Ochocientos ocho… ocupado. Ochocientos ocho… es como marcar un número en un teléfono de disco: lento, paulatino, sin prisas, mirando como en la mente empiezan a girar los recuerdos, en espiral, en un túnel que da vértigo por el silencio de los años. Ochocientos ocho y en la mente el sonido de una llamada que empuja el timbrar de un teléfono lejano, un silbido que parece repetirse en el latir acelerado del corazón, dos latidos y un timbrazo; una discusión a los 18 años con el primer amor de tu vida es capaz de ensordecerte, tanto como ese teléfono que suena y nadie atiende.

Ochocientos ocho, un sonido monótono, suena y el silencio te trae de nuevo al hoy: afuera llueve, la tierra mojada tiene aroma a nostalgia, a despedida; así olía cuando a los 11 años vi llegar la carroza fúnebre con el féretro de mi tío Emilio. Era gris, con las ventanillas polarizadas y el paso lento de un adiós que niega la resignación.

Siento el frío que se mete debajo de mi camisa y se pega en mi pecho. No puedo evitar pensar en las tardes que César y yo subíamos a la cabaña del Ajusco. Su cercanía me helaba las palabras y sólo esperaba sus brazos, sentado frente a la chimenea. La leña ardiendo huele a deseo, culpa y sudor. Atrás quedó el sabor del garambullo, sabor que no se olvida y que solo probé en mi niñez, cuando la inocencia estaba pegada a mis labios.

No había música, no sonaba aún “Please don’t go” en su versión remix, con su sonido a sudor en las manos cuando estaba por entrar a mi primer antro y no sabía con que me encontraría; no sonaba Luis Eduardo Aute con su voz sacudiendo nuestras ilusiones universitarias, nuestro ánimo revolucionario, ligado a su voz está el recuerdo de Claudia, la única mujer que he amado en mi vida.

“Revolución de escritorio” le llamábamos en la Universidad y salíamos al centro de Coyoacán a buscar un rezago de una izquierda en crisis. El café del Parnaso tiene el sabor a diálogos que se ahogaron en un sorbo, a discusiones que nos hicieron creer que eramos más que una generación X. El sonido de la fuente de Coyoacán me recuerda a Héctor y Gloria, con su eterno amor jurado desde la preparatoria, los recuerdo como si fuesen dos fantasmas que se aferran a la fuente de los coyotes, resistiéndose a morir en mi memoria.

Ochocientos ocho… sigue sonando, seguirá sonando una llamada que nunca tuvo respuesta… que sólo quedo en mi memoria.